Así lo asegura el último informe de la agencia de las Naciones Unidas para la infancia, que concluye que «Tanto si alcanzamos un escenario de bajas emisiones como de altas, 2.020 millones de niños y niñas las sufrirán». De este modo, Rocío Vicente, miembro del equipo de proyectos de Unicef España, advierte que «Hay que tomar medidas de adaptación para asegurar los derechos de los más pequeños».

En la actualidad, el 25% de los niños están expuestos a olas de calor, mientras que el 33% vive en países con temperaturas extremadamente altas. El verano pasado fue el más caluroso, según el programa ambiental europeo Copernicus, por lo que los más chicos no pudieron ir a las escuelas.

Pero esa no es la única consecuencia: las olas de calor se traducen en un mayor riesgo de enfermedades respiratorias y cardiovasculares, de estrés o de deshidratación. Todo esto afecta especialmente a los bebés y a los más jóvenes porque tienen menos capacidad de regular su temperatura corporal. Además, el calor puede afectar a la salud mental y emocional, con una mayor probabilidad de padecer trastorno de estrés postraumático y depresión.

En la actualidad, 23 países registran temperaturas extremadamente altas, un número que ascenderá a 33 en el mejor de los escenarios, pero que crecerá a los 36 en el caso de «emisiones muy altas».

A nivel mundial, las olas de calor matan casi a medio millón de personas al año, y desde Unicef enfatizan que «ya afectan prácticamente a todas las regiones», aunque es especialmente palpable en África y Latinoamérica, donde «pueden causar más hambre, enfermedades y conflictos» si la comunidad internacional no reacciona. De este modo, sostienen que «La única forma de prevenirlo es que los gobiernos revisen sus planes y políticas sobre el clima» y que «En la COP27 se debe otorgar prioridad a la infancia y sus derechos a la hora de tomar decisiones».