El documental En busca del coral, estrenado el viernes en Netflix, inicia, muy apropiadamente, con imágenes de corales: agrupaciones de varios tamaños y formas, todas ellas maravillosas, con un despliegue de colores tan vivos que parecen vibrar. Pero otras formaciones son un híbrido uniforme de morado, verde y gris. No se trata de coral invisible al ojo humano ni de coral camuflado. Es coral muerto, y eso es un problema.

La primera voz es la de Richard Vevers, un buzo veterano y entusiasta del océano. Decidió aplicar las habilidades comunicativas que había aprendido durante su vida profesional a su pasión, y creó una compañía que explora los océanos del mundo y que también crea “buceos virtuales” con cámaras especiales.

La historia de una persona que deja el mundo corporativo y pone toda su energía en algo que está de moda no es nueva. Sin embargo, Vevers se alarmó por algo que observó dentro de su nuevo trabajo: “el blanqueamiento del coral” y su subsecuente muerte, un fenómeno ocasionado por un aumento de un grado Celsius en la temperatura del agua. Los resultados no son visualmente desagradables, pero son una catástrofe ecológica.

Sin embargo, Vevers se convenció de que debía documentar el fenómeno, lo que convierte al documental en una historia de suspenso científico, de un grupo de gente que prepara el equipo necesario y se dirige a los arrecifes de todo el mundo para registrar el daño en imágenes.  Con su explicación sobre la manera en que se alimenta el coral y sobre cómo otras formas de vida marina se alimentan de él o en sus alrededores, el documental nos hace comprender que también los humanos dependemos del coral. De esta forma, hace que nos preocupemos por las cantidades de coral que están muriendo, puesto que lo que está en riesgo es mucho más que una atracción increíble para turistas que bucean.

Fuente: New York Times