Proporcionar alimentos nutritivos a una población en aumento plantea numerosos desafíos. Para ser capaces de abordarlos, hay que lograr que los sistemas de cultivo, ganadería, bosques, pesca y acuicultura sean más productivos mientras se garantiza la capacidad de los paisajes terrestres y marinos de proporcionar otros servicios ambientales.
Por ejemplo, la regulación de la calidad del aire, la fertilidad de los suelos, la polinización de los cultivos e incluso el control de desastres naturales como las inundaciones.
En paralelo a las tasas de pérdida de biodiversidad, los sistemas agrícolas cada vez son más simples, más vastos y más uniformes. Contienen menos diversidad de especies, variedades y razas. Solo entre los años 2000 y 2018 se han extinguido unos 150 tipos de animales de ganado.
Estos sistemas alimentarios globalizados han creado un panorama en el que unos pocos cultivos proveen la mayor parte de lo que comemos. Sólo ocho especies —dominadas por el trigo, el maíz y el arroz—proporcionan más de la mitad de nuestra comida diaria.
En el caso del arroz, las distintas variedades crecen en condiciones climáticas muy diferentes y ofrecen una gama más amplia de cualidades nutricionales. Eso pone de manifiesto la importancia de conservar y apoyar diferentes cultivos.
Además, la siembra diversificada de cultivos muchas veces conduce a mayores rendimientos porque las cosechas se muestran más resistentes a las plagas volátiles, el clima y las condiciones de cultivo.
Fuente: Hemisferios/El País