Las ardillas son famosas por recolectar frutos secos y esconderlos en distintas ubicaciones durante el otoño, para luego recuperarlos y disfrutarlos en invierno. Lo curioso es que logran encontrarlos casi sin fallos. Esto dispara una pregunta: ¿cómo lo hacen?

Los mecanismos de las ardillas

Según datos compartidos por la revista Muy Interesante, no lo hacen al azar, sino que tienen “complejas estrategias de organización, clasificación y memoria espacial que les permiten recuperar hasta el 95 % de sus reservas”. Investigadores de la Universidad de California en Davis comenzaron a descifrar su mundo mental para entender cómo funciona y qué pistas usan para orientarse.

El método para almacenar comida de las ardillas.
El método para almacenar comida de las ardillas.

Como explica la publicación, “los animales que realizan esto para sobrevivir al invierno no lo hacen al azar. Suelen emplear una de estas dos estrategias: o bien colocan todos sus víveres en un mismo sitio, o bien los reparten por distintas localizaciones. La mayoría de las especies de ardillas hacen lo segundo, de ahí que sea típico verlas corriendo entre sus diferentes montones de comida enterrada”, lo que reduce las posibilidades de tener grandes pérdidas.

Los investigadores demostraron que estos roedores “organizan y entierran su botín en función de ciertas características de este, como el tipo de fruto seco. Esto les permite clasificarlo mentalmente, algo que les puede ayudar luego a recordar dónde está”. De este modo, descartaron que se orienten basándose en su sentido del olfato. 

La utilización de su entorno

El medio Muy Interesante, cita un artículo de 1991 publicado en la revista Animal Behaviour que afirma que: “incluso cuando muchas ardillas grises (Sciurus carolinensis) entierran sus víveres en puntos muy cercanos unos de otros, cada individuo recuerda y vuelve a donde está su propio botín”. Esto fue confirmado recientemente, reforzando la idea de que la memoria espacial permite mapear el territorio, apoyada en pistas visuales del entorno.

Sin embargo, a veces su memoria falla, sobre todo si enterraron muchos frutos en poco tiempo o si su entorno cambió, por lo que no siempre pueden recuperar todas sus reservas. Esto, además de ser parte del riesgo natural, también tiene un efecto positivo en el ecosistema ya que los frutos no recuperados pueden germinar y dar lugar a nuevos árboles. Esto las convierte en sembradoras involuntarias y transformadoras de su ambiente.