Un artículo publicado recientemente en la revista The Atlantic comparó investigaciones relacionadas al consumo de carnes rojas y al consumo de aves para determinar cuál de ellas sería mejor a la hora de pensar en la huella de carbono. Cabe destacar que hoy en día la res ocupa un lugar central en las dietas de millones de personas, por lo que su impacto en el ambiente es cada vez más estudiado.
Según los expertos, las emisiones producidas por la ganadería bovina duplican a la de la carne de cerdo, cuadruplican a la del pollo y superan más de 13 veces la producción de legumbres. Explican que esto se debería a las características biológicas de las vacas, las cuales producen metano y necesitan extensas áreas de tierra.
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Principales diferencias
El texto asegura que estos animales emiten hasta 99 kilos de este contaminante de efecto invernadero. En contraparte, el avestruz se presenta como una alternativa con menor impacto ambiental; de hecho, investigaciones de Sudáfrica y de Suiza sugieren que sus emisiones son comparables a las del pollo, pero con la capacidad para alimentar a más personas.
Sin embargo, los especialistas insisten en que la industria ganadera no se limita sólo al consumo de animales. Por el contrario, explican que hay que pensar en todo lo que hay detrás de ellos, como por ejemplo la fabricación del pienso para darles de comer. Estos alimentos, que incluyen ingredientes como maíz y alfalfa, requieren la utilización de agua, energía, fertilizantes y pesticidas, los cuales también contribuyen al cambio climático.
El avestruz: ¿una verdadera solución?
En ese sentido, los rumiantes basan su dieta en pastos que no necesitan agroquímicos, mientras que las aves sí requieren de producciones más contaminantes. Al respecto, otro estudio realizado en España contradice las primeras conclusiones y asegura que la carne de avestruz podría potenciar el calentamiento global en proporciones aún mayores a las de las carnes rojas.
En una reflexión final, los autores de la nota sostuvieron que aún no existen datos suficientes como para definir qué carne sería mejor; sin embargo, y más allá del impacto ambiental, surgen otras preguntas en torno al bienestar animal, la accesibilidad y el sabor. Ante las incertidumbres sugieren que el enfoque más sostenible no es reemplazar una carne por otra, sino reducir el consumo total de la misma y pensar en proteínas vegetales.